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LIBRORESEÑA

LA CASA INFERNAL | Richard Matheson


LA CASA QUE PROMETÍA INFIERNO…

Ilustración de La Casa Infernal

Si alguna vez pensaste que pasar un fin de semana en una casa embrujada con desconocidos era una mala idea, Richard Matheson viene a confirmarte que no, no estás siendo paranoica: es simplemente tener sentido común. En La Casa Infernal, publicada en 1971, el maestro del horror nos mete en una olla de presión metafísica, con fantasmas, ciencia, médiums y una mansión tan hostil que haría llorar a la de Amityville.

La premisa es poderosa: un físico acompañado de su esposa y dos médiums se internan en la infame Mansión Belasco para comprobar si existe vida después de la muerte. ¿Qué puede salir mal? Spoiler sin spoiler: absolutamente todo. O bueno, casi todo.

El arranque del libro es prometedor, como entrada de restaurante elegante: tiene atmósfera, tensión, misterios servidos al dente y una buena pizca de trauma personal. Matheson dosifica el miedo con inteligencia, no abusa de los sobresaltos, y te mantiene lo suficientemente incómodo como para no querer leer de noche, pero lo bastante intrigado como para seguir pasando páginas.

Y ahí es donde entra el problema. Porque lo que empieza como un banquete de horror psicológico poco a poco se va desinflando. No de forma desastrosa, no estamos hablando de una tragedia literaria, pero sí de una experiencia que prometía un festín y terminó siendo una cena decente con postre tibio.

El desarrollo se va tornando repetitivo. Personajes que dan vueltas sobre lo mismo, tensiones que parecen avanzar pero en realidad están en una caminadora, y una sensación general de “¿esto va a explotar en algún momento o seguimos en la previa?”. Y cuando finalmente explota… bueno, hablemos de eso más adelante, en la sección de spoilers.

Lo que sí hay que reconocerle a Matheson es su capacidad para construir escenarios y para mantener el interés incluso cuando uno empieza a sospechar que quizá este no será el libro de su vida. La casa como personaje es un logro: opresiva, peligrosa, llena de historia maldita. Si las paredes hablaran, aquí gritan.

En cuanto a los personajes, digamos que algunos tienen más carisma que otros. Florence, la médium, se lleva el protagonismo emocional, aunque a veces uno quisiera sacudirla y decirle: “¡amiga, date cuenta!”. El doctor Barrett, con su afán de explicar todo científicamente, funciona como contrapunto lógico, aunque a ratos roza el esnobismo. Y luego está Fischer, el sobreviviente de una visita anterior a la casa, que parece estar ahí solo para recordarnos lo mucho que sufrió… y poco más.

La novela no es larga, pero hacia el final se siente más extensa de lo que es. Como si la energía que la impulsaba en las primeras páginas se fuera diluyendo poco a poco, hasta llegar a un clímax que —aunque explicativo— no logra emocionar tanto como debería.

🚨ZONA DE SPOLER🚨

Ahora sí: si estás leyendo esto, asumimos que ya pasaste por el infierno de Belasco o que simplemente te gusta spoilearte la vida. Allá tú.

La historia gira en torno a Lionel Barrett, un físico que llega con una misión muy seria: comprobar científicamente si existe vida después de la muerte. Como buen hombre de ciencia, lo quiere probar con una máquina —el Reversor— que básicamente absorbe energía psíquica como si fuera una aspiradora de fantasmas. Spoiler dentro del spoiler: no va tan bien.

Florence, la médium, tiene una conexión inmediata (y preocupantemente emocional) con los espíritus de la casa. Está convencida de que hay un joven atrapado —Daniel Belasco— que necesita ayuda para liberarse. ¿El problema? Ese joven es un fantasma bastante lascivo que no tiene reparos en poseerla sexualmente, provocando uno de los momentos más incómodos y polémicos del libro. Sí, lo leíste bien. Florence termina seducida por una entidad espiritual. ¿Consentimiento fantasmal? Matheson se lo salta por completo.

Mientras tanto, la esposa del doctor, Ann, empieza a ser manipulada psíquicamente también, y su represión sexual sale a flote como si la casa tuviera un fetiche con los traumas íntimos de sus huéspedes. Todos los personajes, de hecho, terminan siendo manipulados no tanto por fantasmas clásicos que dan portazos, sino por una energía que se mete con sus debilidades mentales, sexuales y espirituales. Muy sutil todo.

Y ahora, el gran giro: el famoso Daniel Belasco nunca existió. Fue una invención deliberada del verdadero monstruo de la historia: Emeric Belasco, dueño original de la casa, un psicópata narcisista que organizaba orgías, asesinatos rituales y básicamente una fiesta continua de degeneración moral. Cuando finalmente descubren su cuerpo oculto tras una pared —momificado, imponente, y con un detalle que parece una broma de mal gusto—, notamos que Belasco era físicamente… muy poco dotado de estatura. Y ahí, Matheson nos lanza su gran tesis: todo esto fue una proyección compensatoria de sus inseguridades. ¿Toda esta masacre emocional y espiritual por un complejo de inferioridad derivado de su tamaño y/o bastardía? Al parecer sí.

Al final, Fischer —el médium escéptico— es quien consigue exorcizar la casa enfrentando directamente la presencia de Belasco. Florence muere en el proceso (sacrificio sin mucho peso emocional, seamos honestos) y el doctor también. La casa queda, supuestamente, libre. El lector queda… confundido. ¿Liberación o solución rápida? ¿Final redondo o excusa para cerrar?


EN RESUMEN:

La Casa Infernal tiene una primera mitad que brilla y una segunda mitad que bosteza. El final no es terrible, pero sí desinflado: una mezcla de psicoanálisis express, terror sexual mal digerido y ciencia de ciencia ficción que suena más a excusa que a clímax. Si esperas un horror que se quede contigo, probablemente no lo haga. Pero si te interesan las casas embrujadas que te dan más preguntas que respuestas (y algunos momentos tan incómodos que parecen hechos para incomodar a propósito), entonces… bienvenida al infierno.

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Con páginas subrayadas y ojeras literarias,
— La voz detrás de Historias Míticas

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